A veces un libro te atrapa desde la primera frase, te dura en las manos un suspiro y, cuando lo terminas, sabes que lo recomendarás, que lo convertirás en un regalo infalible e incluso intuyes que algún día volverás en su busca. La liebre con ojos de ámbar es de esos. Un libro que no es de historia, ni de arte, ni autobiográfico, ni un ensayo, y que es todo ello a la vez.
Se trata del apasionante relato de una distinguida familia judía, los Ephrusi, desde la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo del siglo XX. Una narración que toma como pretexto una colección de 264 figuritas japonesas (netsuke) que pasa de mano en mano a través de varias generaciones. Estructurada en cuatro partes, asistimos en el París de la Belle Époque a las peripecias del primer propietario de la colección, Charles Ephrusi, un influyente crítico de arte y mecenas que se relaciona con Manet, Degas, Renoir, Proust o Laforgue. La colección, en forma de regalo de boda, viaja hasta la Viena modernista donde se convierte en propiedad de Viktor Ephrusi, bisabuelo del autor y próspero banquero, quien verá cómo sus posesiones quedan reducidas a la nada tras la irrupción del nazismo. Salvadas del expolio antisemita por la doncella de la familia, las figuritas llegan a la ciudad Tokio durante postguerra a través de Iggie, el hijo mayor de Viktor, quien las custodia hasta su muerte, y es entonces cuando su sobrino, el autor del libro, Edmund de Waal, se hace cargo de ellas, se las lleva a Londres y decide recomponer el puzle de la historia familiar.
De Waal, uno de los ceramistas más importantes del panorama internacional, traza una narración documentada y emocionante, con afinadas descripciones que revelan su extraordinaria sensibilidad y buen gusto, pero sin recurrir a la afectación ni a la grandilocuencia. Como los netsuke, lo importante del libro está en los pequeños detalles, y las grandes obras, aunque sean pequeñas, parecen estar destinadas a perdurar.
Alberto Gil
Técnico de Publicaciones MCTM